Cuando entendemos el feminismo, debemos hacerlo de acuerdo a
tradiciones de tres siglos. Si así lo hacemos encontraremos categorías en cada
obra feminista, que de acuerdo a sus tradiciones las autoras nos exponen las
problemáticas que vivían (y que pueden aún perdurar). Entre esas autoras, se
destaca Christine de Pizán, considerada la primera escritora de Francia gracias
a su obra “La Cité des Dames” (“La Ciudad de las Damas”) que vio la luz en el
año 1405. Una autora de grandes producciones literarias que hoy se estudian por
sus ideas ilustradas de igualdad entre los sexos, que exponía entre tantas
cosas, el abuso de poder de los hombres, la literatura misógina y la condición
de la mujer en la Edad Media.
Sobre Christine de Pizán
Fue la primera escritora en vivir de su producción literaria, pero rodeada de
su familia real, colmada de lujos y de la burocracia del palacio. Su padre, un
anatomista que le entregó conocimientos de la ciencia y la instruyó en la
lectura de clásicos. Su madre, una mujer relegada a tareas domésticas que se
oponía a que su hija se instruyera más allá del tejido y bordado.
Pero Christine empieza a escribir sobre la mujer y su condición de serlo recién
cuando fallece su esposo, con quien se casó a los 15 años y cuando fallece
también su padre. Luego de aquellos sucesos, decide no volver a casarse y
dedicar su vida al estudio y la literatura.
Desde aquí empezaremos a comprender una feminista medieval, que nos relata a
través de sus escritos la sociedad del siglo XIV dominada por el saber del
androcentrismo, con puntos de vista hechos por hombres y para hombres. Vale
mencionar que Christine no demuestra la realidad total de la mujer en la Edad
Media, ya que, solo aquellas que eran elegantes, inteligentes o admirables por
su belleza tenían una categoría social distinta, y por tanto, influían más. Entre
ellas está Christine que por vivir con la realeza tenía más influencia que otras
mujeres que no fueran excepcionales solo por su belleza, elegancia o por ser de
una familia real. Pero sí fue una figura y lo es aún para las mentes modernas, puesto
que, muestra un nuevo enfoque de la realidad social donde las mujeres podían
vivir sin la “naturaleza” femenina que el hombre imponía (lo que puede ser
válido hasta hoy, porque aún persisten los intereses masculinos que
invisibilizan aportes de las mujeres) y también, porque en espacios donde
influye la religión y el saber del hombre para el hombre, es difícil cuestionar
la posición de una.
Una feminista medieval
Christine cuestiona su rol como mujer y desde esa polémica es que su aporte más
significativo a la literatura feminista fue poner en disputa a los escritores medievales sobre la
“naturaleza femenina”.
En los escritos medievales las mujeres éramos (y somos aún) consideradas “naturalmente”
como melancólicas, es decir, como personas predispuestas a la depresión,
tensión o lo que hoy se conoce como neurosis. Y claro, en un escenario donde
eres constantemente cuestionada y sermoneada por tu “inferioridad natural”, es
esperable que seas intolerable y tensa. Quizá hoy no necesariamente nos cuestionan desde esa posición, más bien, lo hacen porque hoy luchamos
por terminar con estigmas, por obtener nuestros derechos y porque somos altas
en “exagerar” cuando en verdad visibilizamos las problemáticas que hemos tenido
que vivir y aguantar durante siglos en un mar de intereses masculinos que aún
buscan callarnos.
También, éramos consideradas como las que vivían menos “por naturaleza”, pero
fue refutado por Alberto Magno (Sí, un hombre), quién dijo “por condiciones reales y no principios
básicos, las mujeres viven, de hecho, más tiempo”, aunque no se sabía en verdad
cuánto es que vivíamos realmente se entiende que el análisis que hacían no era
más que uno tradicionalmente masculino.
Históricamente la visión de nuestro rol a través de las distintas culturas ha
sido en situación de discriminación y misoginia, entonces, ¿cómo es que
Christine de Pizán pone en disputa a éstos escritores? Es claro. Lo hacía dándole sentido
a lo que ella encontraba injusto. En sus letras imponía discursos en defensa de
una cultura y pensamiento feminista, porque entendía que su crítica debía
representar el valor a lo vivido, a su experiencia y por tanto, debía encontrar
la manera de que con sus escritos se comprendiera la justicia de género en las
relaciones sociales y con
ello lograr deconstruir el concepto de cultura. Y lo hizo bien, porque desde esa
disputa surgieron rasgos que se distinguen como prácticas feministas hoy día, por ejemplo, la idea de que la mujer “por naturaleza”
es sujeto por derecho a ser ciudadana con voz femenina, a poder desarrollarse
plena, abiertamente, en libertad y en poder sin límites, y con ello se
transforma en la voz de muchas mujeres que cuando le daban sentido a su
experiencia comprendían lo marginadas que eran en cada ámbito cotidiano y que era injusto que sucediera.
Christine incluso siguió la senda feminista luego de que sus escritos fueran callados por largos 14 años producto de la invasión inglesa de la avanzada
Guerra de los cien años y tuvo que abandonar su país para refugiarse en otro. Por eso y más es que hoy se logra reconocer a Christine como la intelectual medieval que inicia consigo lo que hoy se conoce como feminismo.
Christine como ejemplo para las feministas de hoy
Quizá ahora es distinto el escenario por diversas razones, entre ellas porque nuestra
teoría tradicional se encuentra hostigada por la posición posmoderna, y otra,
porque muchas nos hemos olvidado de comprender una larga historia
de tradición misógina en la que muchas mujeres se han visto soslayadas,
acosadas y perseguidas, porque nos hemos preocupado de darle significado a lo de ahora sin
reconocer lo que hace años ya era batalla.
Sin duda tienen que ser y seguir
siendo nuestra voz, porque gracias a ellas le dimos noción a una larga cadena
de vivencias que no queremos siga ocurriendo ni a nosotras ni a las que vienen.
Porque así como
Christine de Pizán lo escribió en poesía, nosotras queremos
gritarlo y que le haga sentido a aquellos que les molestan nuestros gritos.